Preguntas y Respuestas
Cuando solo unos pocos metros le separaban del suelo, una fuerte red frenó su caída. ¿De dónde había salido? ¿Qué era exactamente ese lugar? Cientos de preguntas se agolpaban en su cabeza, pero el alivio de haber salvado el inminente peligro le drenó las fuerzas. Antes de quedar rendido, León apreció una silueta moviéndose a un lado. Quizás tras ella se encontrase la respuesta a sus preguntas.
Para cuando recuperó la conciencia, la luz del sol bañaba el lugar donde se encontraba tendido, en el centro de la estancia. No había rastro de la red que le había librado del golpe la noche anterior, ni tampoco de sus alas. Confundido, León se palpó la espalda, pero no había nada raro. Instintivamente , se llevó la mano a la nuca. El tacto liso de la piedra le resultó extrañamente reconfortante, como si ello probase que todo lo sucedido no era un simple sueño o un delirio.
Cuando intentó levantarse, le flaquearon las fuerzas y estuvo a punto de caer otra vez al suelo. Concentrándose, se puso en pie lentamente para contemplar la escena. Todo seguía en su lugar, no parecía haber nada nuevo. Pronto, algo llamó su atención: una bolsa de tela blanca apoyada en la pared. Estaba seguro de que el día anterior en ese lugar no había nada, y se acercó con precaución. Cuando examinó la bolsa, descubrió en su interior unos sencillos pantalones y camisa completamente negros. León no se lo pensó dos veces, su ropa estaba sucia y bastante gastada, y aquella parecía francamente cómoda. Para su sorpresa, a pesar de ser bastante ligera, la nueva ropa le protegía perfectamente del frío, y le mantenía en una sensación de grata calidez.
León se dio la vuelta, y se vio nuevamente sorprendido. Un hombre vestido de gris se hallaba frente a él. Tenía un semblante severo, y sus fríos ojos azules resultaban bastante penetrantes. Lo más impresionante de la figura que se mostraba frente a él era que, pese a su evidente edad, marcada en las profundas arrugas de su cara, el hombre no mostraba el menor signo de debilidad, sino lo contrario, proyectaba una sensación de resistencia absoluta, de impenetrabilidad, como si de una sólida muralla se tratase.
Tras un momento de silencio, el hombre habló: “Bienvenido, bárbaro. espero que las ropas que te hemos proporcionado sean de tu agrado.” León notó cómo la palabra bárbaro resonaba especialmente al salir de los labios del personaje. Cauteloso, decidió permanecer en silencio mientras el anciano hablaba. “Supongo que tendrás algunas preguntas acerca de tu situación, así que trataré de responderlas. He de advertirte que pienses con calma antes de hablar, los de tu clase soléis decir toda clase de improperios por la falta de meditación previa”. Por segunda vez, León se sintió insultado, pero su estancia en el lugar no había sido agradable, y aquella podía ser su oportunidad de salir, de modo que intentó mostrarse respetuoso. Puso su mejor cara de meditación, intentando esperar un tiempo cautelar, pese a las preguntas que se agolpaban en su cabeza. La primera pregunta que surgió a través de su voz fue: “¿Qué es este lugar?”
La respuesta de su interlocutor fue instantánea: “Tenía algo más de fe en ti, pero veo que el brillo que me pareció ver en tus ojos era una ilusión. La respuesta es obvia: eres un bárbaro, no puedes salir. No hasta que aprendas un poco. Esto es un centro de aprendizaje. Tu centro de aprendizaje”. Las palabras penetraron a León. Si había algo en lo que siempre había confiado era en su mente, siempre racional. Era por eso mismo que no podía aceptar lo que sus oídos acababan de escuchar. Notó como la ira bullía en sus venas, mientras sentía como le ardía la espalda. Mientras recordaba las sensaciones del día anterior, preparándose para alzarse y demostrarle a aquel viejo insolente que se equivocaba, éste se acercó y con un rápido movimiento le hizo postrarse en el suelo, usando una única mano. “Es por esto que sois bárbaros. No sabéis controlaros ni tenéis el más mínimo sentido de educación.” De repente, León se sentía sin las fuerzas que hace un momento le habían acompañado. “Pero yo sí soy civilizado, y te permitiré seguir preguntando.”
Pasado el estupor inicial, León se sentó para recuperar algo de su destrozada dignidad e intentó serenarse. Esta vez su pregunta fue de distinta naturaleza: “¿Qué es la piedra que tengo en el cuello?” Una vez más, la respuesta fue rápida y sin el menor atisbo de duda: “Una parte de ti. ¿Por qué me preguntas por la piedra y no por tu mano, o una de tus rodillas? Vas mejorando, pero aún no haces las preguntas correctas.” León habría deseado meditar más antes de volver hablar, pero la duda le corroía. “¿Si es una parte de mi, porqué sólo ha surgido ahora que me habéis apartado de mi hogar? Me llamáis incivilizado, —quizás esto se saliese de la pregunta, pero León seguía ultrajado— pero me habéis arrebatado de todo lo que poseía, incluso mi libertad. ¿Es eso civilizado?”.
León creyó ver un esbozo de sonrisa pintado en el rostro de aquel hombre por un momento, pero se esfumó tan rápido como surgió. “Ahórrate tus energías para cuando las necesites, en vez de desperdiciarla en discusiones sin sentido. En cuanto a tu pregunta, la respuesta no es mucho más complicada que las demás, simplemente se debe a que no habías acabado de desarrollarte.” —El hombre hizo una pausa, lo justo para tomar un breve respiro— “Te ayudaré con una pregunta, ¿Quién eres tú?”
León pensó en silencio. Obviamente, la respuesta no era tan sencilla como decir su nombre o su ocupación. El hombre había contestado sus preguntas con total naturalidad, por lo que debía ser completamente familiar con su situación, y el aura antinatural que le envolvía no hacía más que confirmar que no era un sujeto normal, y León no necesitaba recordar cómo le había sido demostrada la clara diferencia de fuerzas entre ambos para notarlo. Al cabo de unos minutos, una idea se fue gestando en lo más hondo de su conciencia. Era la única respuesta plausible que se le ocurría, pese a lo increíble que le pareciese. Antes de darse cuenta, sus labios entonaban lo que su cerebro ya había asumido:
“Soy….como tú.”
El anciano rompió en una sonora y profunda carcajada, que retumbaba por toda la estancia.