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Despertar (2)

León

León se despertó de un sobresalto, solo para encontrarse en una estancia que no conocía. Todo estaba oscuro, por lo que no veía con claridad los detalles del lugar. Era evidente sin embargo que su confinamiento (cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz, notó que se encontraba encerrado en una estancia circular, con paredes de unos 20 metros que se alzaban hacia lo alto), no tenía techo, pues podía observar las estrellas. Una nueva sensación detuvo su análisis del lugar: notaba un fuerte picor en la base de la nuca. Al ir a buscar la causa, explorando con sus manos, León se encontró con un objeto de tacto extraño, liso y frío incrustado en su cuello, como si siempre hubiese estado allí, perfectamente unido a su piel. Poco a poco, la comezón desapareció y León se fijó entonces en que, donde ahora iluminaba la luna, había un cuerpo inanimado, muy pálido. Al acercarse más, halló unas extrañas manchas oscuras que cubrían algunas zonas del cuerpo del pobre diablo, que se hacían más frecuentes conforme se acercaban a una curiosa piedra azul ubicada en su tobillo. Horrorizado, León dedujo que el mineral que aquel hombre tenía en su pierna no podía ser muy diferente al que él poseía en el cuello. Debía evitar por cualquier método que aquellas manchas invadiesen también su cuerpo. En busca de más información, León recorrió los bordes de la muralla, que tendría alrededor de 30 o 40 metros de perímetro, según calculó, pero solo encontró otros dos cadáveres similares al anterior, pero siempre con piedras de distinto color y ubicadas en lugares diferentes. Prestando más atención al suelo, el único lugar que había pasado por alto, una inscripción bastante tosca, pero lo suficientemente clara como para que el mensaje se pudiese leer perfectamente:

La jaula está abierta, encuentra el camino.

Intrigado, León le dio un par de vueltas al asunto, pero no conseguía centrarse completamente. Demasiadas preguntas, y ninguna respuesta. Mientras pensaba en el significado de la frase y de su presencia en aquel solitario lugar, el picor de su cuello volvió a crecer, esta vez creciendo hacia su espalda y transformándose en una quemazón cada vez más intensa. Tras unos momentos de estupor, repentinamente León sintió un gran alivio. Se desperezó para pensar con claridad, y al hacerlo notó un extraño peso en su espalda. Cuando giró la cabeza, descubrió dos alas negras que brotaban de su espalda. Indudablemente, estaban ahí, y tras unos minutos de ensayo y error tratando de mover sus nuevas extremidades, decidió ponerlas a prueba para investigar más a fondo aquellas paredes y, a ser posible, escapar. Conforme sus alas elevaban a León, éste se fijó en que las murallas estaban decoradas con dibujos de carácter antiguo, representando figuras extrañas y deformadas. Hubo una escena que le llamó la atención. A unos 8 metros del suelo, habían en la piedra dibujados varios humanos huyendo de una masa oscura, que alcanzaba a uno de ellos, mientras que otro alzaba el vuelo valiéndose de un par de alas blancas. Más que la escena en sí, lo que le llamaba la atención era la asombrosa definición de cada detalle, representando la fatal escena con gran nitidez.

León volvió a centrarse en su objetivo: la huida, pero decidió observar atentamente el lugar antes de hacerlo, disfrutando en el proceso de la sensación del aire acariciando las plumas de sus alas, que le embriagaba con una profunda sensación de libertad. Mientras observaba otra escena representada con menor arte, León notó con horror como sus alas se paralizaban. Cayó en picado.

Despertar

León
Abrió los ojos solo para encontrarse una vez más en su habitación, con escasos muebles más allá de los imprescindibles; un escritorio con un ordenador que ya acusaba el peso de sus años, una cama sencilla de una plaza (no necesitaba más, así que nunca se le pasó por la cabeza adquirir una más grande, después de todo era un hombre solitario), un armario para su ropa, poco llamativa y una mesita de noche con un despertador (que en raras ocasiones necesitaba, pues solía despertarse un par de minutos antes de que sonase). Apagó el despertador para evitar que sonase mientras se aseaba y se dirigió al baño.

Minutos más tarde, mientras desayunaba, una sensación de incomodidad le invadió, conforme un escalofrío recorría su espalda. Extraño, hacía mucho tiempo que no sentía algo así, y sin duda no se debía a nada que hubiese hecho: como cada día, se había duchado rápidamente, afeitado y peinado su cabello hacia atrás. Su vestimenta tampoco tenía nada diferente, unos pantalones negros, una camisa gris y una corbata también negra cubrían su cuerpo. Por tanto, decidió que la causa de su incomodidad era la comida, y decidió saltarse lo que le quedaba de desayuno, razonando que la leche que acompañaba su café debía de haber vencido unos días atrás con bastante probabilidad. Sin revisar el cartón de la leche, dejó la cocina atrás para calzarse sus zapatos. Inmediatamente, recogió su maletín y se dirigió a la entrada de su pequeño departamento. Otro escalofrío que dejó sus manos temblando por un instante le invadió. Entonces, dos pausados golpes sonaron en su puerta. Suaves, pero lo suficientemente claros como para que no hubiese duda de que alguien llamaba. Curioso debido a la inesperada visita a una hora tan temprana, León abrió la puerta. Una figura borrosa aún tras sus gafas de 2 dioptrías le engulló. Todo se hizo negro.