Despertar

León
Abrió los ojos solo para encontrarse una vez más en su habitación, con escasos muebles más allá de los imprescindibles; un escritorio con un ordenador que ya acusaba el peso de sus años, una cama sencilla de una plaza (no necesitaba más, así que nunca se le pasó por la cabeza adquirir una más grande, después de todo era un hombre solitario), un armario para su ropa, poco llamativa y una mesita de noche con un despertador (que en raras ocasiones necesitaba, pues solía despertarse un par de minutos antes de que sonase). Apagó el despertador para evitar que sonase mientras se aseaba y se dirigió al baño.

Minutos más tarde, mientras desayunaba, una sensación de incomodidad le invadió, conforme un escalofrío recorría su espalda. Extraño, hacía mucho tiempo que no sentía algo así, y sin duda no se debía a nada que hubiese hecho: como cada día, se había duchado rápidamente, afeitado y peinado su cabello hacia atrás. Su vestimenta tampoco tenía nada diferente, unos pantalones negros, una camisa gris y una corbata también negra cubrían su cuerpo. Por tanto, decidió que la causa de su incomodidad era la comida, y decidió saltarse lo que le quedaba de desayuno, razonando que la leche que acompañaba su café debía de haber vencido unos días atrás con bastante probabilidad. Sin revisar el cartón de la leche, dejó la cocina atrás para calzarse sus zapatos. Inmediatamente, recogió su maletín y se dirigió a la entrada de su pequeño departamento. Otro escalofrío que dejó sus manos temblando por un instante le invadió. Entonces, dos pausados golpes sonaron en su puerta. Suaves, pero lo suficientemente claros como para que no hubiese duda de que alguien llamaba. Curioso debido a la inesperada visita a una hora tan temprana, León abrió la puerta. Una figura borrosa aún tras sus gafas de 2 dioptrías le engulló. Todo se hizo negro.

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