Marcada

Diana se levantó confusa, con un fuerte ardor en la  espalda. Mientras intentaba recordar lo sucedido, contempló la escena a su alrededor; los restos de algo que estaba muy lejos de una batalla, allí no había más que cuerpos mutilados de ambos bandos por igual, con los rostros desfigurados e expresiones de horror, como si hubiesen estado en presencia de algo más  allá de la comprensión humana.

Entonces, una imagen le golpeó la mente, como si hubiera estado esperando a que estuviese completamente consciente para mostrarse. Había sido él. Aquel  individuo representaba lo que su mente se negaba a creer. Su coraza nunca le había fallado, pero ese <<hombre>> la había traspasado como si fuese una vulgar prenda de ropa. Analizando la situación, era obvio que, siendo ella la única superviviente, toda lo sucedido no era más que un mensaje, una carta de presentación. Habían jugado con ella, y acabado con las vidas de decenas de hombres para aquello.

Mientras caminaba entre los cadáveres, un sudor frío le bañaba el cuerpo. Le temblaban las manos, y el ardor de su espalda no había hecho más que aumentar, como si tuviese un hierro pegado, quemando su piel. De repente, una voz metalizada interrumpió el solemne silencio que bañaba la estancia: ”Aquí unidad 507, ¿Cuál es su situación?”. El familiar sonido del comunicador la reconfortó. Se dirigió a la fuente de aquel ruido, pero la sensación de alivio se le borró rápidamente. La unidad que le habían asignado en esta “misión” era la 507, y el telecomunicador que sonaba era el de Ryan, como pudo comprobar por la banda roja en su brazo. No era más que un viejo trapo, pero el ex-marine siempre había insistido en llevarlo, Diana había asumido que era algún tipo de superstición. Sin duda alguna, ella era la única que había quedado de su equipo, y sin duda que ,los números coincidieran no era ninguna broma del destino, por lo que decidió mantener la cautela cuando respondió a aquella voz por el aparato.

“Ha habido una batalla, hay heridos. Acudan a mi localización cuanto antes”. Mientras aguardaba una respuesta, Diana barrió una vez más la zona con la mirada, esta vez buscando un lugar apropiado para esconderse, en caso de que aquello fuese otra trampa. La voz del comunicador la interrumpió cuando escalaba uno de los espesos árboles que rodeaban el lugar. “No se mueva, vamos en camino. En media hora podremos asistirla”, rezó el aparato.

Diana esperó, paciente. Sabía que la mejor actitud posible era la más precavida, como su experiencia le había enseñado.  Al cabo de un rato, empezó a oír las pisadas de un grupo de hombres, unos 8, calculó.

En cuanto pudo ver a los primeros individuos entrando al claro, se preparó para endurecer su piel, pero cuando intentó que su cuerpo hiciera lo que ella deseaba, en su lugar recibió un latigazo de dolor cuando intentaba que la coraza se formase en su espalda. No pudo contener un grito, pues la repentina sensación la había desequilibrado, y terminó cayendo sobre un hombro. El ruido alertó a los hombres, que la rodearon mientras Diana luchaba por recobrar el control de su cuerpo y ponerse en pie, pero no tenía fuerzas.

Diana permaneció consciente mientras aquellos hombres la alzaron y llevaron a un campamento, pero no conseguía hacer que su cuerpo respondiese, se sentía atrapada en un montón inútil de piel, carne y huesos.

En algún momento de su lucha interna, su consciencia acabó deslizándose en un sueño profundo. Cuando se levantó, una cara más familiar de lo que hubiese gustado la saludó. “Hola muñeca”. Marco la miraba  con expresión de burla, y sólo entonces Diana se dio cuenta de los vendajes que notaba en la espalda. “Te han dejado una bonita firma, debió de ser agradable”, le espetó mientras le acercaba una fotografía. En ella se veía su espalda, marcada por dos surcos negros, formando una X, con el centro en la mitad de su columna. un escalofrío recorrió su cuerpo mientras observaba su cuerpo en aquel simple trozo de papel. Aquello no le gustaba nada.

“Me parece que fui demasiado suave contigo, no pensé que fueras así de inútil”. La voz de Marco siempre carecía de cualquier emoción, pero esta vez a Diana sus palabras le resultaron especialmente hirientes. “Vamos a tener que reinstruirte”. Un torrente de recuerdos asaltó su mente. Tendría que volver a aquellos laberintos sin fin. Volver a convertirse en una máquina, a dejar de pensar.

Diana se incorporó con tanta elegancia como pudo, no quería darle a aquel hombre el placer de verla más débil de lo que ya había mostrado. De repente, se dio cuenta de que ya no estaba en ningún campamento. No sabía cómo no lo había notado antes, el olor del aire allí era inconfundible. Estaban bajo tierra, en uno de los complejos de entrenamiento donde había pasado parte de su rota infancia.

Marco se apartó a un lado para que pudiese ver una vieja puerta. “Adelante, cuando quieras, pero no esperes que te ayude allí dentro” , le espetó con una sonrisa. Diana se levantó y se dirigió hacia ella, pero se paró un segundo delante de ella. Sabía que no habría consideración por su estado allí dentro. Dio un profundo respiro y abrió la puerta. Tras un par de pasos, la oscuridad la abrazó.

Preguntas y Respuestas

Cuando solo unos pocos metros le separaban del suelo, una fuerte red frenó su caída. ¿De dónde había salido? ¿Qué era exactamente ese lugar?  Cientos de preguntas se agolpaban en su cabeza, pero el alivio de haber salvado el inminente peligro le drenó las fuerzas. Antes de quedar rendido, León apreció una silueta moviéndose a  un lado. Quizás tras ella se encontrase la respuesta a sus preguntas.

Para  cuando recuperó la conciencia, la luz  del sol bañaba el lugar donde se encontraba tendido, en el centro de la estancia. No había rastro de la red que le había librado del golpe la noche anterior, ni tampoco de  sus alas. Confundido, León se palpó la espalda, pero no había nada raro. Instintivamente , se llevó  la mano a la nuca. El tacto liso de la piedra le resultó extrañamente reconfortante, como si ello probase  que todo lo sucedido no era  un simple sueño o un delirio.

Cuando intentó levantarse, le flaquearon las fuerzas y estuvo a punto de caer otra vez al suelo. Concentrándose, se puso en pie lentamente para contemplar la escena. Todo seguía en su lugar, no parecía haber nada nuevo. Pronto, algo llamó su atención: una bolsa de tela blanca  apoyada  en la pared. Estaba seguro de que el día anterior en ese lugar no había nada, y se acercó con precaución. Cuando examinó la bolsa, descubrió en su interior unos sencillos pantalones  y camisa completamente negros. León no se  lo pensó dos veces, su ropa estaba sucia y bastante gastada, y aquella parecía francamente cómoda. Para su sorpresa, a pesar de ser bastante ligera, la nueva ropa le protegía perfectamente  del frío, y le mantenía en una sensación de grata calidez.

León se  dio la vuelta, y se vio nuevamente sorprendido. Un hombre vestido de gris se hallaba frente a él. Tenía un semblante severo, y sus fríos ojos azules resultaban bastante penetrantes.  Lo más impresionante de la figura que se mostraba frente a él era que, pese a su evidente edad, marcada en las profundas arrugas de su cara, el hombre no mostraba el menor signo de debilidad, sino lo contrario, proyectaba una sensación de resistencia absoluta, de impenetrabilidad, como si de una sólida muralla se tratase.

Tras un momento de silencio, el hombre habló: “Bienvenido, bárbaro. espero que las ropas que te hemos proporcionado sean de tu agrado.”  León notó cómo la palabra bárbaro resonaba especialmente al salir de los labios del personaje. Cauteloso, decidió permanecer en silencio mientras el anciano hablaba. “Supongo que tendrás algunas preguntas acerca de tu situación, así que trataré de responderlas. He de advertirte que pienses con calma antes de hablar, los de tu clase soléis decir toda clase de improperios por la falta de meditación previa”. Por segunda vez, León se sintió insultado, pero su estancia en el lugar no había sido agradable, y aquella podía ser su oportunidad de salir, de modo que intentó mostrarse respetuoso.  Puso su mejor cara de meditación, intentando esperar un tiempo cautelar, pese a las preguntas que se agolpaban en su cabeza. La primera pregunta que surgió a través de su voz fue: “¿Qué es este lugar?”

La respuesta de su interlocutor fue instantánea: “Tenía algo más de fe en ti, pero veo que el brillo que me pareció ver en tus ojos era una ilusión. La respuesta es obvia: eres un bárbaro, no puedes salir. No hasta que aprendas un poco. Esto es un centro de aprendizaje. Tu centro de aprendizaje”. Las palabras penetraron a León. Si había algo en lo que siempre había confiado era en su mente, siempre racional. Era por eso mismo que no podía aceptar lo que sus oídos acababan de escuchar. Notó como la ira bullía en sus venas, mientras sentía como le ardía la espalda. Mientras recordaba las sensaciones del día anterior, preparándose para alzarse y demostrarle a aquel viejo insolente que se equivocaba, éste se acercó y con un rápido movimiento le hizo  postrarse en el suelo, usando una única mano. “Es por esto que sois bárbaros. No sabéis controlaros ni tenéis el más mínimo sentido de educación.” De repente, León se sentía sin las fuerzas que hace un momento le habían acompañado. “Pero yo sí soy civilizado, y te permitiré  seguir preguntando.”

Pasado el estupor inicial, León se sentó para recuperar algo de su destrozada dignidad e intentó serenarse. Esta vez su pregunta fue de  distinta naturaleza: “¿Qué es la piedra  que tengo en el cuello?” Una vez más, la respuesta fue rápida y sin el menor atisbo de duda: “Una parte de ti. ¿Por qué me preguntas por la piedra y no por tu mano, o una de tus rodillas? Vas mejorando, pero aún no haces las preguntas correctas.” León habría deseado meditar más antes de volver hablar, pero la duda le corroía. “¿Si es una parte de mi, porqué sólo ha surgido ahora que me habéis apartado de mi hogar? Me llamáis incivilizado, —quizás esto se saliese de la pregunta, pero León seguía ultrajado— pero me habéis arrebatado de todo lo que poseía, incluso mi libertad. ¿Es eso civilizado?”.

León creyó ver un esbozo de sonrisa pintado en el rostro de aquel hombre por un momento, pero se esfumó tan rápido como surgió. “Ahórrate tus energías para cuando las necesites, en vez de desperdiciarla en discusiones sin sentido. En cuanto a tu pregunta, la respuesta no es mucho más complicada que las demás, simplemente se debe a que no habías acabado de desarrollarte.” —El hombre hizo una pausa, lo justo para tomar un breve respiro— “Te ayudaré con una pregunta, ¿Quién eres tú?”

León pensó en silencio. Obviamente, la respuesta no era tan sencilla como decir su nombre o su ocupación. El hombre había contestado sus preguntas con total naturalidad, por lo que debía ser completamente familiar con su situación, y el aura antinatural que le envolvía no hacía más que confirmar que no era un sujeto normal, y León no necesitaba recordar cómo le había sido demostrada la clara diferencia de fuerzas entre ambos para notarlo. Al cabo de unos minutos, una idea se fue gestando en lo más hondo de su conciencia. Era la única respuesta plausible que se le ocurría, pese a lo increíble que le pareciese. Antes de darse cuenta, sus labios entonaban lo que su cerebro ya había asumido:

“Soy….como tú.”

El anciano rompió en una sonora y profunda carcajada, que retumbaba por toda la estancia.

Emboscada

Diana volvió en sí. No era normal que se distrajese de aquella manera, y menos en la situación la que se encontraba. Ella y su equipo llevaban ya 3 semanas en aquella inhóspita jungla, en lo que se suponía era una simple misión de reconocimiento. Se suponía. Si había algo que tenía en claro, es que desde el momento en que descubrieron sus capacidades, nunca la habían mandado a ninguna operación sencilla.  Con el paso del tiempo, la sensación de incomodidad de Diana crecía. No era normal que una selva mantuviese aquel nivel de silencio, y mucho menos que se mantuviese así durante varios días. en efecto, desde que su equipo (únicamente formado  por otras 5 personas,  3 ex-marines, una médico y un guía) se apostó en su actual ubicación (exactamente hace 4 días), no habían escuchado más ruido que el suyo propio, ni siquiera el de algún ave en la distancia.

“¿Le tienes miedo a tu sombra, chiquilla?”, le espetó Ryan, uno de los ex-militares. Nunca le había gustado demasiado los soldados, pero aquel hombre conseguía sacarla de sus casillas. Gracias a su habitual falta de sueño, Diana siempre había sido bastante irritable, pero sabía cómo mantener el tipo. Sus años de experiencia le habían enseñado que no podía permitirse  el lujo de distraerse en un posible campo de batalla, y  menos discutiendo con sus “compañeros”, a los que consideraba poco más que un peso muerto.

“Que te den”, se limitó a responder mientras se marchaba hacia la espesura. “Voy a dar otra vuelta de reconocimiento,  no me gusta este lugar” dijo rápidamente Diana mientras se sumía en la semioscuridad de aquella maraña de plantas. Notablemente refrescada, Diana corrió con todas sus energías por  el camino que ya había recorrido una buena cantidad de veces en aquellos días, y que rodeaba el campamento, haciendo una espiral en torno a él. Desde muy pequeña, siempre había encontrado una extraña satisfacción en las labores físicas, disfrutando la descarga de adrenalina correspondiente. Era una luchadora nata, y por aquella razón había perdido su hogar a los 13 años. Sus “padres” no duraron en venderla a un equipo militar  a cambio de una generosa suma de dinero, y desde entonces  había sido entrenada para el  combate en todo tipo de medios.

Empujando aquellos recuerdos a un lado, saltó hacia la rama más próxima del árbol que tenía al lado y se paró en seco en ese lugar. “Diana, nos envían refuerzos”, rezaba su telecomunicador con la voz de Matt, otro de los militares. Aquello no hizo más que confirmar sus  sospechas. En aquellos días, Diana había podido observar el rastro de otro explorador, aunque nunca había conseguido avistarlo. Todo ello era sin duda señal de que algo de lo que no le habían informado sucedía allí, y si bien no le importaba el qué, era obvio que necesitaría sus habilidades para salir de aquel lugar.

Diana siguió inspeccionando la zona por las siguientes 2 horas, peinando el lugar paso a paso. No había nada nuevo, pero no se le quitaba de encima el pensamiento de que aquello era la calma que precede a la tormenta. Mientras terminaba su recorrido, una nueva interrupción de su comunicador la sorprendió. “Están aquí, nos han enviado 50 hombres”. Esta vez la voz era la del incrédulo guía, que no comprendía absolutamente nada de lo que estaba sucediendo. “Dicen que otros 100 vienen tras ellos, que llegarán en la siguiente hora”. Aquello obviamente había dejado de ser una misión de reconocimiento hace bastante tiempo, y era cada vez más similar a un polvorín a punto de estallar.

En efecto, cuando Diana volvía al campamento, una explosión de sonido inundó la zona. El sonido de la guerra. El silencio que antes envolvía el lugar se vio reemplazado por los sonidos de rifles de todo tipo y gritos angustiados. El ruido provenía del este, desde donde se suponía venían el resto de los refuerzos. Mientras los ex-marines y el líder de los recién llegados se  discutían el mando para cargar hacia el lugar de la aparente batalla, Diana se adelantó, deslizándose entre ellos.

Corrió con todas sus energías, entusiasmada. La guerra era su lugar, y allí se dirigía. Tras media hora de carrera, encontró los primeros cadáveres, y en los siguientes  10 minutos, se  sumergió en la batalla. De un saltó entró en el claro, mientras notaba como su piel respondía a sus órdenes, endureciéndose. Una bala recorrió una trayectoria perfecta hacia su hombro izquierdo, pero ya era tarde. Una coraza de un azul oscuro como el fondo del mar recubría su cuerpo, y la bala simplemente rebotó y cambió de trayectoria. Con letal precisión, Diana se dirigió hacia el enemigo más próximo (los efectivos de su grupo eran siempre hombres blancos, aquellos individuos eran todos locales, con pieles tan oscuras como la tierra misma)  y le asestó un golpe en el cuello con la mano, tumbándolo en el acto. Mientras la familiar sensación del poder y la adrenalina la invadían, Diana  acabó con otros dos individuos, que habían cometido el error de esconderse juntos, esperando a que la situación se calmase. Se abalanzó sobre ellos, veloz, noqueando al primero de un golpe en la sien mientras dirigía un cuchillo al cuello del segundo.

Mientras se incorporaba, algo captó la atención de Diana. Por debajo de los disparos se podía oír otro sonido mucho más sutil, que cortaba el aire con rapidez espeluznante. Diana nunca olvidaría el sonido de un látigo, el instrumento de <<enseñanza>> favorito de su adiestrador, Marco. Con su corazón latiendo con una tremenda fuerza, se dirigió a la fuente de aquel cortante y espeluznante sonido, y antes  de que pudiese darse  cuenta, se le echó encima. Un látigo rojo como la sangre  golpeó su costado, empujándola hacia un lado y haciéndole recordar por primera vez en mucho tiempo la sensación del dolor.  Cuando se incorporó un hombre de talla corpulenta le esperaba con el látigo recogido, a unos tres metros de distancia. En sus ojos de color ámbar se veía la más pura diversión, y su cara se retorcía en una sonrisa de oreja a oreja, creando una imagen siniestra en contraste con los cuerpos que se acumulaban a su alrededor y la espesura de la selva tras él.

Le oyó pronunciar una palabra, en un tono fuerte y decidido; akuma.  Tras esto, su látigo emitió una tenue luz, mientras salía proyectado de nuevo hacia Diana. Esta vez, lo esquivó lanzándose  a su izquierda, pero cuando se volvió, el individuo se hallaba sobre ella.

 

Retomando…

Bueno, tras un (largo) periodo alejado del tema, he decidido retomar el proyecto, ¡Y continuar las historias, por supuesto!
Mis sinceras disculpas para los (pocos) que seguías cada nueva entrada y me animabais a seguir.
Pues lo dicho, recuperada la motivación (en parte por culpa de un sueño de cierta persona), procuraré ir subiendo .entradas regularmente.

Participad!

He subido las primeras partes de  historia para que todo el mundo pudiese hacerse más o menos a la idea del tipo de historia que pretendo escribir, con la ayuda de todo aquel que quiera, claro.

Solo me queda una cosa por decir, y es que es ahora vuestro turno de opinar, comentar o incluso proponer vuestras ideas para nuevos personajes o desarrollos de la trama!

Espero vuestras ideas ;D

Vuelta al Funcionamiento!

Tras unos cuantos días de problemas técnicos, sin que la página se mostrase, por fin se ha resuelto todo.

Ante todo, me disculpo por las inconveniencias y no haber explicado lo que sucedía. Espero vuestros comentarios pronto!

Primeros avances!

Con la entrada anterior concluye la primera parte de esta historia. Es hora por tanto de vuestras críticas. ¡No dudéis en calificar cualquier aspecto que se os ocurra! Es más, si tenéis ideas sobre la continuación de la trama, comentadlas en la sección establecida en los foros, ¡Toda ayuda es bienvenida!

Despertar (2)

León

León se despertó de un sobresalto, solo para encontrarse en una estancia que no conocía. Todo estaba oscuro, por lo que no veía con claridad los detalles del lugar. Era evidente sin embargo que su confinamiento (cuando sus pupilas se acostumbraron a la luz, notó que se encontraba encerrado en una estancia circular, con paredes de unos 20 metros que se alzaban hacia lo alto), no tenía techo, pues podía observar las estrellas. Una nueva sensación detuvo su análisis del lugar: notaba un fuerte picor en la base de la nuca. Al ir a buscar la causa, explorando con sus manos, León se encontró con un objeto de tacto extraño, liso y frío incrustado en su cuello, como si siempre hubiese estado allí, perfectamente unido a su piel. Poco a poco, la comezón desapareció y León se fijó entonces en que, donde ahora iluminaba la luna, había un cuerpo inanimado, muy pálido. Al acercarse más, halló unas extrañas manchas oscuras que cubrían algunas zonas del cuerpo del pobre diablo, que se hacían más frecuentes conforme se acercaban a una curiosa piedra azul ubicada en su tobillo. Horrorizado, León dedujo que el mineral que aquel hombre tenía en su pierna no podía ser muy diferente al que él poseía en el cuello. Debía evitar por cualquier método que aquellas manchas invadiesen también su cuerpo. En busca de más información, León recorrió los bordes de la muralla, que tendría alrededor de 30 o 40 metros de perímetro, según calculó, pero solo encontró otros dos cadáveres similares al anterior, pero siempre con piedras de distinto color y ubicadas en lugares diferentes. Prestando más atención al suelo, el único lugar que había pasado por alto, una inscripción bastante tosca, pero lo suficientemente clara como para que el mensaje se pudiese leer perfectamente:

La jaula está abierta, encuentra el camino.

Intrigado, León le dio un par de vueltas al asunto, pero no conseguía centrarse completamente. Demasiadas preguntas, y ninguna respuesta. Mientras pensaba en el significado de la frase y de su presencia en aquel solitario lugar, el picor de su cuello volvió a crecer, esta vez creciendo hacia su espalda y transformándose en una quemazón cada vez más intensa. Tras unos momentos de estupor, repentinamente León sintió un gran alivio. Se desperezó para pensar con claridad, y al hacerlo notó un extraño peso en su espalda. Cuando giró la cabeza, descubrió dos alas negras que brotaban de su espalda. Indudablemente, estaban ahí, y tras unos minutos de ensayo y error tratando de mover sus nuevas extremidades, decidió ponerlas a prueba para investigar más a fondo aquellas paredes y, a ser posible, escapar. Conforme sus alas elevaban a León, éste se fijó en que las murallas estaban decoradas con dibujos de carácter antiguo, representando figuras extrañas y deformadas. Hubo una escena que le llamó la atención. A unos 8 metros del suelo, habían en la piedra dibujados varios humanos huyendo de una masa oscura, que alcanzaba a uno de ellos, mientras que otro alzaba el vuelo valiéndose de un par de alas blancas. Más que la escena en sí, lo que le llamaba la atención era la asombrosa definición de cada detalle, representando la fatal escena con gran nitidez.

León volvió a centrarse en su objetivo: la huida, pero decidió observar atentamente el lugar antes de hacerlo, disfrutando en el proceso de la sensación del aire acariciando las plumas de sus alas, que le embriagaba con una profunda sensación de libertad. Mientras observaba otra escena representada con menor arte, León notó con horror como sus alas se paralizaban. Cayó en picado.

Despertar

León
Abrió los ojos solo para encontrarse una vez más en su habitación, con escasos muebles más allá de los imprescindibles; un escritorio con un ordenador que ya acusaba el peso de sus años, una cama sencilla de una plaza (no necesitaba más, así que nunca se le pasó por la cabeza adquirir una más grande, después de todo era un hombre solitario), un armario para su ropa, poco llamativa y una mesita de noche con un despertador (que en raras ocasiones necesitaba, pues solía despertarse un par de minutos antes de que sonase). Apagó el despertador para evitar que sonase mientras se aseaba y se dirigió al baño.

Minutos más tarde, mientras desayunaba, una sensación de incomodidad le invadió, conforme un escalofrío recorría su espalda. Extraño, hacía mucho tiempo que no sentía algo así, y sin duda no se debía a nada que hubiese hecho: como cada día, se había duchado rápidamente, afeitado y peinado su cabello hacia atrás. Su vestimenta tampoco tenía nada diferente, unos pantalones negros, una camisa gris y una corbata también negra cubrían su cuerpo. Por tanto, decidió que la causa de su incomodidad era la comida, y decidió saltarse lo que le quedaba de desayuno, razonando que la leche que acompañaba su café debía de haber vencido unos días atrás con bastante probabilidad. Sin revisar el cartón de la leche, dejó la cocina atrás para calzarse sus zapatos. Inmediatamente, recogió su maletín y se dirigió a la entrada de su pequeño departamento. Otro escalofrío que dejó sus manos temblando por un instante le invadió. Entonces, dos pausados golpes sonaron en su puerta. Suaves, pero lo suficientemente claros como para que no hubiese duda de que alguien llamaba. Curioso debido a la inesperada visita a una hora tan temprana, León abrió la puerta. Una figura borrosa aún tras sus gafas de 2 dioptrías le engulló. Todo se hizo negro.

Página Abierta

Con esta entrada, quedan inaugarados tanto el proyecto completo como esta página. Espero que todo vaya por buen camino; de momento lo que hay son muchas ganas, a ver cómo evoluciona todo ;)

Probablemente a partir de mañana podáis ver las fichas de los personajes de la historia en los foros, espero empezar a ver opiniones al respecto pronto.

Un saludo!

Os dejo un vídeo de un guitarrista joven y con una buena dosis de talento, espero que os guste :)